sábado, 30 de mayo de 2015

Cómo se pasa al lado. Julio Cortázar.



Julio Cortázar, era un escritor Argentino con exuberantes dotes para una escritura fuera de lo común, en su mente alberga una realidad alterna, un par de ríos metafísicos, ciudades fuera de contexto y personajes con una voz y presencia que sobrepasan el papel impreso. Sus cuentos como "La noche boca arriba" o "Carta a una señorita en París" dejan ese reflejo que incita a interpretarlo más allá de renglones.
Julio a través de sus pupilas observaba cosas que no muchos, basta leerlo a tranquilidad, con los nervios estables para poder ceder a cuestiones inquietantes y que se pueden acoplar a momentos propios, darle su tiempo, que trabaje internamente para colocarse en el lugar adecuado para hacerlo cercano.
Esta vez les comparto un pequeño relato sobre la percepción que se puede a llegar a tener de un compañero tan misterioso como la noche, los gatos, en el Cortázar demuestra su virtud de transmutar la realidad a algo más interesante, a un esquema diferente.

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Cómo se pasa al Lado
Julio Cortázar.
Los descubrimientos importantes se hacen en las circunstancias y los 
lugares más insólitos. La manzana de Newton, mire si no es cosa de pasmarse. A 
mí me ocurrió que en mitad de una reunión de negocios pensé sin saber por qué 
en los gatos —que no tenían nada que ver con el orden del día— y descubrí 
bruscamente que los gatos son teléfonos. Así nomás, como siempre las cosas 
geniales. 

Desde luego un descubrimiento parecido suscita una cierta sorpresa, 
puesto que nadie está habituado a que los teléfonos vayan y vengan y sobre 
todo que beban leche y adoren el pescado. Lleva su tiempo comprender que se 
trata de teléfonos especiales, como los walkie-talkies que no tienen cables, y 
además que también nosotros somos especiales en el sentido de que hasta ahora 
no habíamos comprendido que los gatos eran teléfonos y por lo tanto no se nos 
había ocurrido utilizarlos.
 
Dado que esta negligencia remonta a la más alta antigüedad, poco 
puede esperarse de las comunicaciones que logremos establecer a partir de mi 
descubrimiento, pues resulta evidente la falta de un código que nos permita 
comprender los mensajes, su procedencia y la índole de quienes nos los envían. 
No se trata, como ya se habrá advertido, de descolgar un tubo inexistente para 
discar un número que nada tiene que ver con nuestras cifras, y mucho menos 
comprender lo que desde el otro lado puedan estar diciéndonos con algún 
motivo igualmente confuso. Que el teléfono funciona, todo gato lo prueba con 
una honradez mal retribuida por parte de los abonados bípedos; nadie negará 
que su teléfono negro, blanco, barcino o angora llega a cada momento con un 
aire decidido, se detiene a los pies del abonado y produce un mensaje que 
nuestra literatura primaria y patética translitera estúpidamente en forma de miau 
y otros fonemas parecidos. Verbos sedosos, afelpados adjetivos, oraciones simples 
y compuestas pero siempre jabonosas y glicerinadas forman un discurso que en 
algunos casos se relaciona con el hambre, en cuya oportunidad el teléfono no es 
nada más que un gato, pero otras veces se expresa con absoluta prescindencia 
de su persona, lo que prueba que un gato es un teléfono. 

Torpes y pretenciosos, hemos dejado pasar milenios sin responder a las 
llamadas, sin preguntarnos de dónde venían, quiénes estaban del otro lado de 
esa línea que una cola trémula se hartó de mostrarnos en cualquier casa del 
mundo. ¿De qué me sirve y nos sirve mi descubrimiento? Todo gato es un teléfono 
pero todo hombre es un pobre hombre. Vaya a saber lo que siguen diciéndonos, 
los caminos que nos muestran; por mi parte sólo he sido capaz de discar en mi 
teléfono ordinario el número de la universidad para la cual trabajo, y anunciar 
casi avergonzadamente mi descubrimiento. Parece inútil mencionar el silencio de 
tapioca congelada con que lo han recibido los sabios que contestan a ese tipo 
de llamadas. 

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